La casa en Mango Street the House on Mango Street by Sandra Cisneros

La casa en Mango Street  the House on Mango Street by Sandra Cisneros

autor:Sandra Cisneros [Sandra Cisneros]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9781644734292
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2021-12-11T00:00:00+00:00


Un sándwich

de arroz

A los niños especiales, los que llevan llaves colgadas del cuello, les toca comer en the canteen. ¡The canteen! Hasta el nombre suena importante. Y estos niños van ahí a la hora del almuerzo porque sus madres no están en casa, o sus casas están demasiado lejos.

Mi casa no está tan lejos pero tampoco está cerca, y de algún modo se me metió en la cabeza un día pedirle a mi madre que me hiciera un sándwich y le escribiera una nota a la directora para que yo también pudiera comer en the canteen.

Oh, no, dice ella, apuntándome con el cuchillo de la mantequilla como si le estuviera dando lata, no, señor. Al rato todos querrán llevarse su almuerzo en una bolsa, y me pasaré toda la noche cortando triángulos de pan, este con mayonesa, este con mostaza, el mío sin pepinillo, pero con la mostaza en un solo lado, por favor. Ustedes chamacos nomás andan inventándose cómo darme más trabajo.

Pero Nenny dice que ella no quiere comer en la escuela, nunca, porque le gusta ir a casa de su mejor amiga, Gloria, que vive enfrente del patio de la escuela. La mamá de Gloria tiene un enorme televisor a color y se la pasan viendo caricaturas. Por su parte Kiki y Carlos son vigilantes de tránsito escolar. Tampoco quieren comer en la escuela. A ellos les gusta pararse afuera, en el frío, especialmente si llueve. Creen que el sufrimiento es bueno para uno desde que vieron esa película de Los 300 espartanos.

Yo no soy espartana y levanto una muñeca enclenque para probarlo. Ni siquiera puedo inflar un globo sin marearme. Y, además, sé cómo prepararme el almuerzo. Si yo comiera en la escuela habría menos platos que lavar. Me verías cada vez menos y me querrías más. Al mediodía mi silla estaría vacía. ¿Dónde está mi hija favorita?, te lamentarías suspirando, y cuando finalmente llegara a casa a las tres de la tarde, me valorarías.

Okey, okey, dice mi madre, después de tres días de esta cantinela. A la mañana siguiente me toca ir a la escuela con la carta de mi mamá y un sándwich de arroz, porque no tenemos carnes frías.

Lunes o viernes, no importa, las mañanas siempre avanzan muy lento, y hoy más. Pero finalmente llega la hora del almuerzo y me toca formarme con los niños que se quedan en la escuela. Todo marcha bien hasta que la monja que conoce de memoria a todos los niños en the canteen me mira y dice: Y a ti, ¿quién te mandó aquí? Y como soy penosa, no digo nada, solo extiendo mi mano con la carta. Esto no sirve, dice, hasta que la Madre Superiora lo apruebe. Sube a verla. Así que fui.

Tuve que esperar a que les gritara a dos niños que pasaron antes de mí, a uno porque hizo algo en clase y al otro porque no lo hizo. Llega mi turno y me paro frente al enorme escritorio con estampas de santos bajo el cristal mientras la Madre Superiora lee mi carta.



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